Hoy "Normalidad poco común".
Una de mis profesoras de historia del secundario -una vieja muy mala onda- comentó una vez que la famosa reina Isabel la Católica se bañó sólo dos veces en su vida: al nacer y cuando se casó. Esto nos parece seguramente muy anormal, pero el baño no era una cosa común por esos días.
Una exitosa novela del año 1985, "El perfume", cuenta que en el siglo XVIII reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno, y describe con mucho detalle los motivos. Horrible, pero al parecer todas las ciudades apestaban con ganas.
Otra de mis profesoras de historia -más joven, más linda y más piola- nos contó que el correo de los incas, los chasquis, estaba pensado de forma tal que la distancia que cada uno de ellos debía correr era la justa para que no llegaran al agotamiento. No recuerdo la distancia, pero la mayoría de nosotros difícilmente supere las dos cuadras sin agotarse, y los chasquis recorrían bastante más.
¿En qué se juntan estas historias?. Creo que marcan una diferencia que muchas veces se nos escapa. Una cosa es lo normal y otra cosa es lo común, y como trabajadores estamos inmersos en esa contradicción muy a menudo.
Lo normal es que una persona tenga estabilidad laboral -hace a su salud individual y familiar- pero lo común es que se la deje sin trabajo a cambio de una indemnización.
Lo normal es no superar cierta cantidad consecutiva de horas o días de trabajo -el rendimiento humano es limitado- pero lo común es superar esos límites porque se paga extra.
Lo normal es que el trabajo no ponga en riesgo la salud o la vida, pero lo común es desentenderse de eso porque se paga la ART.
Lo normal es que el salario permita una vida plena, pero lo común es que se piense que un trabajador gana mucho si puede hacer algo más que comer.
Lo normal es que reclamemos por nuestros derechos cuando no se respetan, pero lo común es que si lo hacemos seamos tildados de rebeldes, vagos, o directamente hijos de puta.
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Una de mis profesoras de historia del secundario -una vieja muy mala onda- comentó una vez que la famosa reina Isabel la Católica se bañó sólo dos veces en su vida: al nacer y cuando se casó. Esto nos parece seguramente muy anormal, pero el baño no era una cosa común por esos días.
Una exitosa novela del año 1985, "El perfume", cuenta que en el siglo XVIII reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno, y describe con mucho detalle los motivos. Horrible, pero al parecer todas las ciudades apestaban con ganas.
Otra de mis profesoras de historia -más joven, más linda y más piola- nos contó que el correo de los incas, los chasquis, estaba pensado de forma tal que la distancia que cada uno de ellos debía correr era la justa para que no llegaran al agotamiento. No recuerdo la distancia, pero la mayoría de nosotros difícilmente supere las dos cuadras sin agotarse, y los chasquis recorrían bastante más.
¿En qué se juntan estas historias?. Creo que marcan una diferencia que muchas veces se nos escapa. Una cosa es lo normal y otra cosa es lo común, y como trabajadores estamos inmersos en esa contradicción muy a menudo.
Lo normal es que una persona tenga estabilidad laboral -hace a su salud individual y familiar- pero lo común es que se la deje sin trabajo a cambio de una indemnización.
Lo normal es no superar cierta cantidad consecutiva de horas o días de trabajo -el rendimiento humano es limitado- pero lo común es superar esos límites porque se paga extra.
Lo normal es que el trabajo no ponga en riesgo la salud o la vida, pero lo común es desentenderse de eso porque se paga la ART.
Lo normal es que el salario permita una vida plena, pero lo común es que se piense que un trabajador gana mucho si puede hacer algo más que comer.
Lo normal es que reclamemos por nuestros derechos cuando no se respetan, pero lo común es que si lo hacemos seamos tildados de rebeldes, vagos, o directamente hijos de puta.