domingo, 16 de enero de 2011

Los piquetes de la abundancia y los piquetes en la abundancia

Fuente: La Capital
Piquetes. Hay todo tipo de piquetes. Según quien los mire, hay buenos y malos, blancos y negros; oficialistas y no oficialistas, largos y cortos. Hay piquetes de la pampa gringa, elogiados en la TV, visitados por los políticos, legitimados por "la gente". Hubo piquetes abrazados por las cacerolas, piquetes que siguieron después de las cacerolas y cacerolas que sonaron para correr a los piquetes.

Hay piquetes que tienen su historia. Los primeros de estos tiempos, allá cuando cortar rutas, calles o peatonales era la única forma de resistir. Están los piquetes de taxistas, para evitar más chapas, pedir aumento de tarifas o reclamar contra los robos. Los robos a los taxistas, claro. Son piquetes que tienen una ventaja: no hay taxistas que reclamen que los corran. O sí, a veces también. Están los piquetes que piden seguridad. También son saludados por los policías, los jueces, la radio y la televisión y, sobre todo, sus audiencias.

Hay piquetes de camioneros, temidos por empresas y grandes diarios, aceptados por el gobierno, impulsados por la crema del sindicalismo Y están los piquetes de ferroviarios tercerizados, apaleados por lo peor del sindicalismo.

En el país de los piquetes hay miradas que circulan, una vez a favor, otra vez en contra. Es que hay piquetes de saco y corbata, de camionetas poderosas, piquetes funcionales a la causa, piquetes funcionales al régimen.

Están los piquetes cortos, de resolución rápida, y los largos, a veces larguísimos, víctimas de la apuesta por el abandono. Hay piquetes que piden que no le cobren impuestos, que vuelva la luz, que salga el agua, que les paguen sueldos, que les aumenten sueldos, que les den chapas, que salven a las ballenas, que subsidien la nafta, que no los despidan, que les den de comer, o que piden simplemente un poco de respeto.

Hay piquetes reparadores y hay piquetes restauradores. Hay quienes aman un día los piquetes, los suyos, y al otro día odian a los de los otros. También existen los viceversa. Hay piquetes de periodistas, muchos de los cuales se sienten trabajadores. Hay piquetes que vienen de la Argentina más herida y subsisten en la Argentina de la abundancia. Están los piquetes como los de Sancor o Paraná Metal, de toda justicia, resultado incierto y voluntad infinita, que luchan contra conciencias que se lavan fácil, como las manos de Pilatos.

Están los contrapiquetes, de gente que milita por sus derechos y lamenta los del resto. Están los piquetes perseguidos, los tolerados y los que se pasan de rosca, dejando a medio mundo asándose indefinidamente a los 50 grados a la sombra. Están los que se conduelen con esa temperatura y los que se identifican con la demanda que expresa el piquete. Están los que creen que es parte de lo mismo. Está el espacio público y su disputa, y los derechos y obligaciones que eso genera. Y hay una cultura automotriz que trabaja a full y forma la conciencia de miles de consumidores de rodados que sólo entienden del derecho a circular. Más allá de cualquier cosa.

Y en esa lógica se apoya la ofensiva restauradora de estos días. Tan ubicua como letal, tan brutal como aguda, tan temerosa como audaz, dispuesta a despejar dudas y grises en virtud de ir a lo fundamental: en su rasgo esencial, el piquete denuncia una desigualdad y pide repararla. Y qué mejor, para más de uno, que un buen piquete de ojos para no verla y una buena piqueta para solucionarla. Sobre el final de 2010 ese odio puso un huevo, que no debería alumbrar vida en 2011.