viernes, 7 de mayo de 2010

Que se ponga de pie... lo que se da por sentado.



Hoy: ¿Seguro que no importa quien caiga?.

Solemos ver por TV investigaciones donde quedan en evidencia funcionarios (generalmente de bajo rango) que utilizan su cargo público para recibir coimas, o robar directamente, la mayoría de las veces perjudicando a personas que nos inspiran lástima. Son bastante comunes (hay muchos programas que los pasan), y generalmente nos indignamos, exclamamos algo así como "qué manga de hijos de puta, por qué no se mueren todos", y después nos vamos a dormir con acidez, porque solemos verlos por la noche.
Tal vez sería interesante preguntarnos si ese tipo de informes, repetidos de ese modo, tienen alguna utilidad en términos colectivos, si le sirven para algo a la sociedad.
Es posible que su efecto sea el de machacar una y otra vez con la idea de que la política es una mierda, que la corrupción es el peor de nuestros males, y que no hay forma de cambiar las cosas.
Y el tema es que esa idea le sirve, no casualmente, a los que no quieren cambiar las cosas. La política, aunque a veces nos dé asquito, es la única herramienta que tenemos los que no decidimos el reparto de la torta para tratar de que la cosa sea (un poco) más justa. Y el peor de nuestros males no es ni por asomo la corrupción (donde se nos trata de decir siempre que somos los peores del mundo) sino una distribución básicamente injusta de la riqueza que se genera.
Estos tipos a los que suelen escrachar no dejan de ser mayoritariamente perejiles. Reverendísimos hijos de puta, claro está, pero perejiles. En términos colectivos su hijaputez es muchas veces insignificante. Los que realmente nos cagan a todos en general, los que nos joden la vida como sociedad, no son en su mayoría políticos propiamente dichos, no se ensucian las manos, nos garcan legalmente, pagando para eso a los políticos que se necesite para que se aprueben las leyes que los benefician, o para que no se modifiquen las que los privilegian. Está claro que los que se dejan comprar son unos hijos de puta, pero lo que no parece estar tan claro desde el discurso de esos informes que solemos consumir es que los que compran son otros hijos de puta, y que son los que realmente tienen poder. Y tal vez no está tan claro porque muchas veces los que ponen la guita para que existan esos informes son los propios compradores.
Por ahí habría que preguntarse un poco si no es más fácil despotricar contra el concejal, el diputado, el subsecretario, o el director del ente autárquico de la pindonga que contra el avisador que está bancando el programa.